La cantidad de recuerdos, anécdotas y momentos vividos que podría contar de todos los pueblos blancos (y algunos no tan blancos) de Cádiz no tendría fin. Y la de familias de trabajadores de COMES que comen (eh, eh, chiste fácil) y siguen comiendo gracias al dinero que me dejo en buses también es algo a tomar en cuenta.
La verdad es que no tengo un motivo concreto por el cual escribo esta entrada, bueno, siendo sinceros, casi ninguna lo tiene. Quizá sea que el sentimiento tan grande que emanó de mí al hacer estas pequeñas excursiones es equiparable a un viaje de gran calibre. Aunque... ¿qué estoy diciendo? También son viajes, la longitud no determina nada, sigue habiendo un camino lleno de campos verdes que admirar y un destino único en cada billete de ida. Es por eso que comparto este pequeño fragmento turístico de mi vida que poco a poco voy alimentando y educando de nuevos lugares y pasajes.
Al primero y más cercano de estos pueblos llevo ya años yendo desde que uno de mis más queridos amigos tuvo que mudarse allí por motivos familiares, así que... ¿qué remedio? De todos modos, aún no había experimentado lo que era montarse en un autobús, ya que que por aquel entonces era VIP y me recogían en coche. Parece ser que hay cierta rivalidad o resquicio por los habitantes de este pueblo hacia mi tierra natal, pero lo gracioso no es eso, sino que no es recíproco, es decir, ese odio que tanto tienen no les es devuelto. Una vez que mi amigo desapareció no volví a poner un pie en estas zonas hasta que el universo me regaló un compañero de viaje y volví a tener gente a la que visitar. He de decir que me resulta difícil encontrar el encanto de este pueblo, pero lo que me hace volver es el hecho de saber qué tiene, aunque esté escondido en alguno de los miles de bares que tiene. ¡Ah! Obviamente el caballo blanco cual Pegaso del final del paseo marítimo es otro de los motivos por los que no dejo de ir. He de decir que si no fuese por este pueblo probablemente no hubiese ido a Witten, ya que fue el punto de partida.
También está ese pueblo que más que un pueblo es un conjunto de cuestas desastradamente alineadas, ya que podría decirse que sus calles tienen una inclinación media que roza los 90 grados. Recuerdo bastante los paseos por estos pasajes porque solían ser turísticos y curiosamente siempre acababa llevándome algún souvenir, ya fuese comestible o no, de lana o con números, incluso me he llevado algunos intangibles, que guardo en ciertas partes cursis de mi cuerpo, como por ejemplo, el codo. Sin embargo, mis experiencias más recientes relacionadas con este pueblo lleno de cabras y alfajores no fueron del todo gratas; la última vez que pisé este lugar, sin contar que estuve un buen tiempo paseando en soledad y junto al frescor de la mañana (cosa que sí mereció la pena) no pasé un momento agradable, me sentí incómodo por primera vez en mi vida con alguien que siempre me había hecho sentir todo lo contrario, la cosa se estaba degradando, marchitando, y ya no había solución que arrancar la mala hierba, es por eso que será inevitable relacionar este hecho con el pueblucho una vez vuelva. Otro hecho non grato es el haber vivido con alguien procedente de este pueblo que no dejó el listón muy alto como persona. Por cierto, visitar este pueblo en días lluviosos, ¿no os recuerda a la canción Tengo, de Queco?
El pueblo más bonito de Cádiz, blanco y puro, derrocha encanto por cada esquina de sus calles, su gente, su ambiente, sus vistas, sus azoteas... Creo de manera muy ciega que estoy enamorado de este lugar y que en algún momento cercano o lejano de mi vida tendré asentada una pequeña casita allí durante una buena temporada, se lo he prometido a mi vida y debo cumplir esa promesa. Sabía el nombre de este pueblo desde hacía muchos años, sabía que existía pero nunca lo había visitado, solía creer que era uno más pero con alguna que otra distinción, estaba totalmente equivocado. Es más, cuando perdí de vista a mi mejor amigo era porque se encontraba viviendo aquí, señales de la vida. También estoy enamorado de la primera persona que me trajo aquí y me enseñó de la mejor manera posible todos los rincones del sitio, fue un día perfecto, más perfecto que tomar té y pastas con vistas a las blancas azoteas y patios mientras suena Madonna. Desde entonces he sido yo quien ha traído a mis más cercanos y no tan cercanos para hacer de guía y enseñarles esta joya de municipio, distintas personas que marcaron un cierto antes y después en mi vida. Algo peculiar y que me fascina es la gran diferencia entre los días y las noches, es como si coexistiesen dos pueblos paralelos dependiendo del tramo horario en el que nos encontremos; el sosiego diurno no tiene nada que lidiar y envidiar al jubileo nocturno y viceversa. Eso sí, un helado aquí sienta bien a cualquier hora del día.
No podría olvidarme de este último ni aunque quisiese. He ido tantas veces que es una completa obligación comentarlo. Desconocía completamente su nombre y existencia, no sabía que se encontraba en la provincia de Cádiz y mucho menos que yo iba a acabar una noche allí sin planearlo, aunque sí con comerlo y con beberlo. El despertar en ese lugar supuso el comienzo de una nueva historia, nuevas calles que explorar, edificios blancos, gentío, cosas que explorar y alguien que me lo enseñase todo. Fui un poco iluso, bueno, quizá esa no fuese la palabra, digamos que durante esta etapa y en muchas ocasiones del pasado año me dejé llevar por los acontecimientos de una manera extrema. Al principio creí que todo era fenomenal, que iba a querer ver el pueblo durante mucho tiempo, pero a medida que pasaba el tiempo encontraba menos formas ni vías de escape para salir de allí. Era todo una pantomima, un estado de felicidad y ceguera con fecha de caducidad, un sueño del que despertaría tarde o temprano y luego intentaría que la realidad fuese como aquel letargo. Jamás vi tan poca belleza en una calle ni tanto descaro y poca humanidad en los habitantes. Allí no había nada, personas viviendo en un círculo de decadencia en el que se alimentaban más de los cotilleos y las vidas ajenas que de la propia comida de los sucios mercados de cada domingo. La carencia de intimidad y de progreso y el estancamiento de las personas daban la sensación de estar viviendo en algún peor tiempo pasado.
Hay muchos más, pero no son los principales ni tan importantes, son más lejanos y de visita esporádica, como ese municipio del faro con forma de cigarro, pasando la autopista 666 mientras escuchas Nirvana un día cualquiera en el que acabas paseando por aquí bajo el poder del azar, u otros con cabras y montes, o puertos sin agua, e incluso naranjos con olor a vino. Queda mucho por explorar y demasiados tesoros cercanos a nosotros como para irse a lugares lejanos a la primera de cambio, poquito a poco se hacen las cosas mejor.
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