Lo seguiré repitiendo hasta llegar a un año que medianamente recuerde; la mayoría de las cosas mencionadas aquí vienen de fuentes externas a mí, ya no era tan pequeño, pero que tire la primera piedra aquel que se acuerde de todo lo que hizo con cuatro años. Bueno... tres, debido a la fecha en que nací, que hacía que siempre, repito, siempre, tuviese un año menos que todos mis compañeros de clase. Y digo clase, porque en algún momento debí ir al colegio, creo yo... pues ese momento ha llegado.
Antes de contar cualquier anécdota (o misanécdota) vivida en el colegio Giner de los Ríos, cabe decir, por muy obvio que sea, que mis habilidades para leer, escribir y hablar estaban completamente pulidas y perfeccionadas. No lo recuerdo del todo bien, pero quizá fuese sorpresa lo que sentí al ver que muchos de esos niños pequeños con olor a brick de zumo de piña y pasta de dientes de fresa que compartían pupitre conmigo presentaban dificultades para articular palabras y sobre todo para escribir, ¿¡qué estaban haciendo esos padres con sus hijos¡? Acaso no tenían un atlas que dejarles, un libro, un papel, ¡un lápiz! O simplemente... un ratito de soledad para que el niño entienda que él mismo es su mayor herramienta de desarrollo y aprendizaje. No, viendo actualmente cómo esos niños han crecido casi diecisiete años después, está claro que no. En ese momento no era consciente de ello, pero tenía ante mis ojos la desastrosa decadencia de la futura juventud del siglo veintiuno. Puesto que recuerdo más cosas de los cursos posteriores que de este, y que tampoco recuerdo mucho, sumado a que hay una entrada dedicada exclusivamente al historial de mi vida académica, lo mejor será no entrar en detalles de momento en este tema y deciros solamente dos elementos claves que veréis en entradas venideras; mi profesora se llamaba María Jesús y mi estómago se revolvía casi todas las mañanas y me conocían por ello, por eso o quizá por alguna otra razón. No hice ningún buen amigo hasta el momento.
Las matemáticas... ah, qué placer por aquel entonces. Le doy las gracias a ese Zúh de tres años y medio que no paraba de fijarse en los números, formas, colores y tamaños de todas las letras y números que veía. Realizar cuentas y resolver problemas era simplemente orgásmico. Aunque más lo era machacarme durante horas y horas la cabeza para poder aplicar de manera útil todos esos números y letras a la vida real. Y oye, lo conseguía. Gracias a ese Zúh soy ahora lo que soy, ¿el qué? ¿no es demasiado obvio? ¡Pues una coliflor!
También tuve mi primer contacto con los videojuegos, aún no mencionaré ninguno en concreto, pero la simple sensación de sujetar un mando con tus manos por primera vez en la vida no puede faltar aquí. Amor eterno a primera partida. Hablando de jugar... no tenía muchos juguetes, me gustaban mucho las cosas que traían los paquetes de patatas o bollicaos, y si eran de Pokémon, mejor que mejor. Tenía un loro que repetía con voz de loro todo lo que le decías, juegos de mesa, soldaditos de juguete, insectos de plástico, páginas amarillas, guías médicas, tazos, cajas de lápices y... muchas tardes de aburrimiento. Todas y cada una de estas cosas, por muy pequeñas y minuciosas que fueran, me ayudaban a crecer y desarrollarme, os lo juro, eh, que yo también marcaba mi altura con un lápiz en la pared y cada vez que lo hacía estaba más alto.
Me encantaba dibujar... a mi manera, claro. No era el dibujo lo que me gustaba en sí, sino el hecho de dibujar, de presionar un lápiz, rotulador o plastidecor sobre cualquier superficie, cualquiera, y de conseguir expresar lo que quería transmitir por muy malo o ridículo que fuese el dibujo. Eso explica bastante la realidad actual y mi discordancia con este arte; no dibujo bien, y dudo que jamás lo haga, no es algo que esté hecho para mí, siempre he sabido que tengo más cabeza que maña o mano para dibujar, pero claro, si pintase con ella todos me mirarían raro, aunque creo que es algo que todo el mundo hace ya, así que qué más da, ¡voy a seguir escribiendo la entrada a cabezazos contra el teclado!
Dejando un poco de lado los temas materiales e intentando acabar ya, puesto que sigo sin recordar nada útil, diré que seguía sin tener amigos que me quisiesen y que pasaba el ochenta por ciento de mi vida en casa de mis abuelos, haciendo carreras por el pasillo con mi amigo imaginario y haciendo los ejercicios de integración de la tercera edad que le mandaban a mi abuela hacer.
El otro veinte por ciento lo pasaba en el piso, que oye... estaba bien, no tardé mucho en adaptarme y la verdad es que eso de tener dos habitaciones para ti solo era una completa gozada, mientras durase...
"¡Mamá!, ¡mamá!, ¿por qué tienes la barriga tan grande?".
Continuará...
Maravilloso relato sobre lo errático y caótico de la infancia... La tuya quizá un poco más de lo normal. Es que eres único y encima tienes que destacar en todo... Trabajas muy bien la introspección Y no sé qué más, coño, se me ha borrado el comentario que acababa de escribir, pero tío, era la leche...
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