Todas las noches me esperaba. Era puntual. Más que un reloj. Me miraba a pesar de no tener ojos. Me hacía sentir como si mis pies sobresaliesen de la cama. Postrada en la pared. Tan alta. Me hacía sentir pequeño. Y vulnerable. No quería dormir. Quería que me arropasen eternamente. Necesitaba que apagasen la luz y dejase de proyectar su vacua figura. Me asustaba a pesar de no tener existencia. Me aterrorizaba a pesar de no ser nada. Ella siguió allí hasta que la puerta se cerró sobre mis narices. No es cobardía cerrar una puerta. Tampoco es agallas. Es asombroso lo terrorífico que puede llegar a ser una puerta abierta.
Pequeño relato dedicado a la sombra con forma de mujer que reflejaba la puerta de mi habitación con la luz del pasillo cada vez que me iba a dormir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario