Ayer volví a tener una conversación con mi madre. La cuestión iba de suegras. ¿Nunca habéis oído esa expresión? La vida puede llegar a ser tan perra y rencorosa que se le equipara a una suegra. Mi madre no tiene hechos para poder hablarme sobre su suegra, pero sí de la de mi padre, en este caso, su santa madre y abuela mía. Ella me aseguró, que en el momento de casarse, independizarse, y dar a luz a algo como yo, no tuvo ningún respaldo por parte de su madre, quien se tomaba la independencia de su hija como una sencilla manera de aligerar peso, lavarse las manos y desprenderse del cargo de una hija. Tras un año viviendo en su propia casa (sí, mi primer año de vida), sin ayuda ni económica, ni material ni tan siquiera emocional de nadie de su familia, mi madre no pudo hacer frente a los gastos que conllevaba esa casa, por lo que tuvo que tirar su intimidad por la borda e irse a vivir junto a mi padre y a mí a casa de mi abuela, hasta que a nueva orden encontráramos un nuevo hogar. Mi madre me comentó que jamás hará eso con sus hijos, que un hijo no forme ya parte de tu techo no significa que ya no te necesite, es simplemente otro método de convivencia más independiente al que nos hemos criado. Alegó ella que siempre respetaría la intimidad y hogar de un hijo en el momento en que ya no esté con ella, que con saber que está bien y feliz, le basta para seguir adelante.
A todo esto, para concluir, me dijo que tiene punzadas en la palma de la mano dónde le operaron, y que eso significa levante, veremos sus predicciones...
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