No sé si os habéis fijado, pero los lunares de colores molan. La combinación de todos los colores unidos es genial y si lo extrapolamos a la vida es igual. Somos lunares de colores. No hablo de las diferentes razas ni me refiero a culturas, sino a personas. Individuos. Cada uno es de un color e incluso de varios. Hay quien desprende halos de azul cielo y te transmiten armonía y bienestar, sin embargo hay quien emana azul marino e irradia frialdad y distancia. Dependiendo del día cada uno puede radiar un color: amarillo, verde, rojo... Si te sientes amistoso, optimista o pasional. Y es entonces cuando todos somos una combinación de lunares. Sí, de lunares de colores. Colores de estados de ánimo y de personalidad.
La combinación de las personas mola. Pero claro, un lunar naranja, solo... O junto a más del mismo color, no mola. La soledad aburre y la monotonía cansa. Por eso es mejor añadir lila, rosa, negro, granate, turquesa, morado, gris, cían, magenta, marrón... Es decir, es mejor añadir familia, amigos, conocidos, colegas e incluso enemigos para que la sinfonía de colores cobre sentido y mole. Somos de colores y entre todos somos una combinación casi perfecta. Tan solo debemos aprender a acercarnos a los que irradian colores afines al tuyo propio y no oscurezcan tu halo de colores porque, al fin y al cabo acabarían por oscurecernos a nosotros mismo. Y es mejor ser luz que oscuridad.
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