El mes del arco iris, de la paleta de colores y del peculiar contoneo primaveral.
Llegan las gafas de sol, las mangas cortas, el polen y las margaritas, y con ello los dolores de cabeza y los altibajos. Es un mes extraño si te acostumbraste a la monotonía de los meses anteriores (no negativa necesariamente), por decirlo de alguna forma metafórica, es como si te picase una abeja en la cabeza y vieras las cosas desde otra perspectiva, forma, tono, color y sentido. A pesar de todo, el estrés que conlleva este mes es sólo imaginario, materialmente predomina la apacibilidad, las horas de meditación, ya no discutes con tu cabeza, sino que hablas con ella mientras te tomas un té, un zumo o un batido de fresa, al gusto. El exterior comienza a tener más vida, el sofá ya empieza a ser una mala opción para las soleadas tardes de estos días, los armarios escupen sus bañadores con olor a humedad y piden mantas y abrigos, los insectos vuelven de sus vacaciones y las flores levantan cabeza.
A ciento once días de haber empezado el nuevo año, la cabeza empieza a volar, las orejas dejan de escuchar y se convierten en alas, los ojos se cansan de ver y sirven de espejos retrovisores, la nariz como tubo de escape y por la boca entran los pasajeros, la cabeza espera a la primera ráfaga de viento que venga y se lanza hacia ella, ya sea levante o poniente.
Hace buen tiempo y ya hace cuatro meses que mi vida dio uno de esos giros imprevistos, pero todo va demasiado bien, como si se planeara algo, o mejor, como si el rumbo de mi vida conspirara contra mí, ahora es cuando decido si espero a que el destino me enseñe sus cartas o borrón y puerta nueva hacia nuevas metas.
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