Refrescante, lúcido, sorprendente, apañado, caracolizante, reflexivo, apasionado, contemplativo, pausado, frenético, colifloresco... mi mundo y yo.

Zúhmántico: Se dice de aquella persona, ser o cosa enamorada de la vida, capaz de transformar momentos y situaciones vividas en simples y exiguas palabras y con la habilidad de ver el doble sentido de toda frase, comúnmente conocidos como romanticones.

Actualmente trabajando en esto: Zúh Malheur Bonheur.

Un ser bípedo, gracioso, crítico, osado, amoroso cuando se deja, con un montón de cosas por decir y con un contenido sentido de la austeridad verbal.


12 ago 2019

5 minutos más

Nadie se imagina nunca cuánto puede cambiar la vida en tan solo un segundo. Sin embargo, es algo que vivimos día a día, en todas y cada una de las decisiones que tomamos a lo largo de un intervalo de veinticuatro horas. Pero no es ahí donde quiero llegar. La relación entre los sucesos que os voy a contar y la moraleja que conllevan es enteramente intrínseca. De hecho, no soy yo el que escribe el texto, sino que es el texto el que me escribe a mí.

Todo comenzó en el lecho de Morfeo, a las 6:59:59 de un día que me es imposible recordar. La razón por la que menciono números tan específicos es sencilla. El último segundo de gozo y plenitud, en el que logro alcanzar el orgasmo onírico. Y no, no os estoy hablando de ningún sueño húmedo, sino del segundo antes de que la endiablada alarma de las 7:00:00 taladrase mis sesos y convirtiese mis sueños en puré de agonía y sufrimiento. Aquella realidad en la que era inconscientemente feliz se transformó, otro día más, en la consciencia más vil y aterradora de todas; levantarse de la cama. ¿Me creéis ahora cuando os digo cuánto puede cambiar la vida en un segundo?

De todos modos, al ser éste un hecho que se repetía diariamente, no sentía que mi vida diese un giro tan brusco tras sonar la alarma. Se podría decir que, de una manera u otra, el cuerpo y uno mismo, ambos por separado, terminan por aceptar y acostumbrarse a esta realidad, incluso a veces llegando a pensar que un ser todopoderoso nos ayudará por ello. Lo que intento decir con esto es que no fue precisamente la alarma lo que cambió mi vida, no ese día.

Cuando abrí los ojos para apagar el despertador o arrojarlo contra la pared, siendo ambas opciones totalmente válidas y aceptables, estaba ahí. No me dio tiempo a reclamar mis cinco minutos más de descanso porque estaba ahí. Estaba ahí. Estaba ahí. Estaba ahí... ¿quién? Yo. Yo estaba ahí. Sentado frente a mí, con el mismo pijama y los mismos pelos. Eso sí, un poco más despierto. Era yo mismo. Mi viva imagen. Mirándome fijamente, sin pestañear. Con su mirada me decía que no me levantase, y que lo escuchara. Su mirada o.… mi mirada; es muy frustrante no saber qué persona usar cuando hablas de ti mismo. Estaba sentado sobre sus rodillas, con las manos entre sus piernas. Mis ojos permanecían dilatados, lo suficiente como para haber dado a luz al pánico que me inundaba por dentro sin ningún tipo de contracción. Fue entonces, tras unos tensos segundos en los que nos limitamos a intercambiar miradas, cuando me saludó moviendo ligeramente su mano izquierda. Le devolví el saludo asintiendo con la cabeza, debido a que mis brazos estaban ocupados estrangulando la almohada. Acto seguido, abrió la boca y movió los labios para afirmar la mayor de las obviedades. Me dijo que era yo, cosa que ya había presupuesto con bastante antelación. En los pocos segundos que tuve para reaccionar, llegué a pensar que quizá mis padres no me contaron el pequeño detalle de que tenía un hermano gemelo por ahí suelto, o que realmente existe eso que llamamos alter ego, o incluso cabía la remota posibilidad de que no recordase las sustancias alucinógenas que había tomado la noche anterior. Mi conclusión fue firme y directa; estaba soñando. Conclusión que, al segundo, se desquebrajó. Volvió a mover los labios para decirme que venía de aquello que el razonamiento humano califica como el futuro. No un futuro lejano ni distante, no. Dicho de manera completa; tenía frente a mí a mi yo de cinco minutos después. La razón por la que viajó cinco minutos atrás me hizo sudar gotas tan frías que se convirtieron en témpanos al caer en las sábanas; quería advertirme. Una vez transcurridos cinco minutos después de haber sonado la alarma, mi existencia dejaría de tener cabida en este mundo. La única forma de evitar mi inminente fallecimiento, era renunciar a esos últimos cinco minutos de regocijo y levantarme de mi venerada cama. Esas fueron sus últimas palabras.

No lo dudé ni un solo segundo. No había fuerza sobrenatural ni espíritu somnoliento, ni siquiera el mío propio, que pudiese privarme de mis últimos cinco minutos de eterno placer, en los que mi cama y yo, nos reconciliábamos tras el somnium interruptus provocado por el despertador. Volví a disfrutar de los gloriosos cinco minutos más, sí, pero esa vez, fueron eternos.

2016

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