Refrescante, lúcido, sorprendente, apañado, caracolizante, reflexivo, apasionado, contemplativo, pausado, frenético, colifloresco... mi mundo y yo.

Zúhmántico: Se dice de aquella persona, ser o cosa enamorada de la vida, capaz de transformar momentos y situaciones vividas en simples y exiguas palabras y con la habilidad de ver el doble sentido de toda frase, comúnmente conocidos como romanticones.

Actualmente trabajando en esto: Zúh Malheur Bonheur.

Un ser bípedo, gracioso, crítico, osado, amoroso cuando se deja, con un montón de cosas por decir y con un contenido sentido de la austeridad verbal.


26 dic 2019

21

0
Flotando, flotando, en un mar de preludios,
comienzo a oír la orquesta de la vida.
Al final del túnel,
donde corta las cuerdas del piano
y sus teclas empieza a golpear,
saco mi cabeza, como una sinfonía púrpura.
Mis pulmones desafinan, pero,
la función debía continuar.

1
Desciendo del cielo
a través de unas escaleras de caracol.
Tras aterrizar, me doy cuenta
de que soy el arquitecto de mi propio Universo
y todos los materiales que necesito
están ahí fuera.

2
Agarro mi red
para atrapar todos los sabores
que revolotean a mi alrededor.
Dulce ermitaño que sufre el amargo pesar
de cambiar su salada concha en tiempos ácidos.
La gran mamá expande sus alas
para acoger a sus orugas descarriadas.

3
Soy el uno
cuando quiero cualquier número más uno.
Dos estaría bien,
mucho mejor que el número uno.
Y tres
me convierte en un uno maravilloso.
Pero me quedaré con un cero
que junto a mí hace el uno perfecto.

4
Soy el rey de la soledad,
uso mi mano izquierda como bufón,
y hago mi corona rodar
por los pasillos del castillo,
esperando que alguien la recoja
y juegue con Ella.
El pueblo de plomo obedece mis órdenes
y viven felices en su mundo artificial.
Llegan noticias al trono,
la Reina está a punto de llegar.

5
En el momento en el que cogí el mando,
un nuevo jugador entró en la partida.
Sus dedos pequeños
me obligaron a pausar el juego.
Ahora sí que empezaba la vida.

6
Hay algo que sale de mi boca
y no puedo controlar.
Un campanario de gran tamaño
rozando la plaza del pueblo.
Nadie sabe qué hace ahí,
nadie sabe cuánto durará.

7
hay algo en los número5
que me atr4e mucho
y es pod3r
ju2ar con
e1los

8
Empezar un libro
desde Sus cenizas.
Reemplazar los personajes
por piedras.
Llamar al epílogo
el comienzo
y el final.

9
Hay algo que circula por mis venas
y acompaña al flujo de sangre
durante todo el recorrido vital.
Es la ausencia de fe y de bondad,
lo que hace torcer el eslabón generacional.
Es la falta de un poder sobrenatural,
lo que hace creer que se podrá.

10
Si yo fuese música
sería Narciso.
Si las Diosas me hubiesen dado los hilos,
el mundo sería perfecto.

11
Los pétalos de la flor
iban cayendo uno a uno
hasta convertir el suelo
en un cementerio de hojas.

12
Cerca del precipicio,
a un solo de paso de caer,
cuando quiero tomar un respiro,
viene la inocencia, corriendo,
y me empuja hacia el vacío.

13
Un hechizo que convirtiera a todos los insectos
en motas de polvo,
motas de polvo afiladas que atraviesen
las entrañas de sus hijos,
hijos que en lo más próximo al presente
se convertirán en insectos,
insectos que bailarán bajo el poder de nuestro
hechizo.

14
La curiosidad fue desflorada,
despojada de sus pétalos,
y de su tenso tallo,
la savia blanca
es derramada
en el suelo fértil.

15
A partir de ese momento
el nunca se rompió
y jamás volverá a ser siempre

16
Cuatro paredes me atrapan
me susurran cada día
dicen que van hacerse más y más pequeñas
cada día
hasta que yo me convierta
en el quinto muro
de mi cabeza

17
Mi barco estaba listo
el timón ya había hecho las maletas
pero una mano helada
me dijo con voz cálida
que me quedara
un rato más

18
Vainilla y caramelo
cobertura de chocolate
dientes de leche
y sueños dulces.

El sabor amargo
llega con el primer bocado
y las encías quedan incrustadas
en piñatas de cristal.

19
Tengo miedo y temo
que mis órganos internos salgan disparados
en la dirección equivocada
y acaben manchando la pared.

20
No hay senda
no hay camino
no hay manera
no hay modo,

21
Quiero quedarme aquí para siempre
no junto a este número
ni en el final de las páginas,
quiero quedarme aquí envuelto en Sus brazos,
envuelto en el amor que irradia
cuando piensa en mí,
y que este sea
el lugar
el momento.

Quiero que este sea el fin del mundo,
es la única manera de asegurarme de que
después de veintiuna vidas
después de veintiuna reencarnaciones
por fin vislumbro
un final feliz.

12 ago 2019

5 minutos más

Nadie se imagina nunca cuánto puede cambiar la vida en tan solo un segundo. Sin embargo, es algo que vivimos día a día, en todas y cada una de las decisiones que tomamos a lo largo de un intervalo de veinticuatro horas. Pero no es ahí donde quiero llegar. La relación entre los sucesos que os voy a contar y la moraleja que conllevan es enteramente intrínseca. De hecho, no soy yo el que escribe el texto, sino que es el texto el que me escribe a mí.

Todo comenzó en el lecho de Morfeo, a las 6:59:59 de un día que me es imposible recordar. La razón por la que menciono números tan específicos es sencilla. El último segundo de gozo y plenitud, en el que logro alcanzar el orgasmo onírico. Y no, no os estoy hablando de ningún sueño húmedo, sino del segundo antes de que la endiablada alarma de las 7:00:00 taladrase mis sesos y convirtiese mis sueños en puré de agonía y sufrimiento. Aquella realidad en la que era inconscientemente feliz se transformó, otro día más, en la consciencia más vil y aterradora de todas; levantarse de la cama. ¿Me creéis ahora cuando os digo cuánto puede cambiar la vida en un segundo?

De todos modos, al ser éste un hecho que se repetía diariamente, no sentía que mi vida diese un giro tan brusco tras sonar la alarma. Se podría decir que, de una manera u otra, el cuerpo y uno mismo, ambos por separado, terminan por aceptar y acostumbrarse a esta realidad, incluso a veces llegando a pensar que un ser todopoderoso nos ayudará por ello. Lo que intento decir con esto es que no fue precisamente la alarma lo que cambió mi vida, no ese día.

Cuando abrí los ojos para apagar el despertador o arrojarlo contra la pared, siendo ambas opciones totalmente válidas y aceptables, estaba ahí. No me dio tiempo a reclamar mis cinco minutos más de descanso porque estaba ahí. Estaba ahí. Estaba ahí. Estaba ahí... ¿quién? Yo. Yo estaba ahí. Sentado frente a mí, con el mismo pijama y los mismos pelos. Eso sí, un poco más despierto. Era yo mismo. Mi viva imagen. Mirándome fijamente, sin pestañear. Con su mirada me decía que no me levantase, y que lo escuchara. Su mirada o.… mi mirada; es muy frustrante no saber qué persona usar cuando hablas de ti mismo. Estaba sentado sobre sus rodillas, con las manos entre sus piernas. Mis ojos permanecían dilatados, lo suficiente como para haber dado a luz al pánico que me inundaba por dentro sin ningún tipo de contracción. Fue entonces, tras unos tensos segundos en los que nos limitamos a intercambiar miradas, cuando me saludó moviendo ligeramente su mano izquierda. Le devolví el saludo asintiendo con la cabeza, debido a que mis brazos estaban ocupados estrangulando la almohada. Acto seguido, abrió la boca y movió los labios para afirmar la mayor de las obviedades. Me dijo que era yo, cosa que ya había presupuesto con bastante antelación. En los pocos segundos que tuve para reaccionar, llegué a pensar que quizá mis padres no me contaron el pequeño detalle de que tenía un hermano gemelo por ahí suelto, o que realmente existe eso que llamamos alter ego, o incluso cabía la remota posibilidad de que no recordase las sustancias alucinógenas que había tomado la noche anterior. Mi conclusión fue firme y directa; estaba soñando. Conclusión que, al segundo, se desquebrajó. Volvió a mover los labios para decirme que venía de aquello que el razonamiento humano califica como el futuro. No un futuro lejano ni distante, no. Dicho de manera completa; tenía frente a mí a mi yo de cinco minutos después. La razón por la que viajó cinco minutos atrás me hizo sudar gotas tan frías que se convirtieron en témpanos al caer en las sábanas; quería advertirme. Una vez transcurridos cinco minutos después de haber sonado la alarma, mi existencia dejaría de tener cabida en este mundo. La única forma de evitar mi inminente fallecimiento, era renunciar a esos últimos cinco minutos de regocijo y levantarme de mi venerada cama. Esas fueron sus últimas palabras.

No lo dudé ni un solo segundo. No había fuerza sobrenatural ni espíritu somnoliento, ni siquiera el mío propio, que pudiese privarme de mis últimos cinco minutos de eterno placer, en los que mi cama y yo, nos reconciliábamos tras el somnium interruptus provocado por el despertador. Volví a disfrutar de los gloriosos cinco minutos más, sí, pero esa vez, fueron eternos.

2016

10 ago 2019

Cara y col

El caracol tiene col en la cara,
la cara del caracol es una col,
la col de cara al caracol,

el caracol tiene cara de col,
la cara opuesta de la col parece un caracol,
la col y el caracol dan la cara.

7 abr 2019

Carta a mi mamá: Los límites de la inocencia

Hola mamá, no, no, no llores, espera, sé que quizá te de pena, lo entiendo, pero por favor, lee antes la carta, la he escrito con todo mi corazón para ti.

Ahora mismo estás en el médico, de nuevo, sí, lo sé, te perdono por todas esas veces que me dijiste que ibas a dar un paseo, o que habías quedado con alguien, o simplemente tenías recados que hacer... no importaba la excusa, yo siempre supe que era al doctor a quien ibas a visitar, pero no te guardo rencor por ello, así que he aprovechado para escribirte esta pequeña carta ahora que ya lo sé todo.

Bueno, la verdad es que lo supe hace mucho, aunque me apena que no fuese de tus labios. Nunca quisiste contarme nada, simplemente me mirabas y regalabas una sonrisa, la más bonita de todas, a pesar de que yo podía ver tristeza detrás de ella.

¿Por qué, mamá?

Jamás tuviste la suficiente valentía para contarme la verdad, por lo que tuve que buscarla por mí misma. Sé que tu corazón no late igual de bien que el resto, está enfermo, ya no funciona. Al principio pensé en pedirles uno nuevo a los Reyes Magos, y lo hice, te mentí, y pido perdón por ello, en ningún momento entregué esa lista de juguetes, sino un papel en el que únicamente pedía un corazón que te hiciese feliz, incluso hice un dibujo, pero no me hicieron caso... Yo seguía oyendo cómo llorabas en tu habitación, tapando tu boca cuando sentías que yo estaba cerca. Seguía sintiendo cómo el dolor de tu pecho se hacía más y más punzante, tanto, que incluso llegaba a dolerme a mí.

He buscado por todos lados, hay cosas que las escuelas no enseñan ni los hogares educan, páginas web que no adoctrinan y libros que engañan. He encontrado una figura paterna dentro de la información de masas que como madre no me has dado. He dado con la clave a tu problema, pero debe ser el corazón de una persona que ya no se encuentre con vida el único que pueda salvártela.

No soporto la idea de que lleves en ti un corazón que no sea el mío, pero tampoco quiero ver cómo sigues sufriendo día tras día, así que he tomado una decisión. Ahora mismo, lamentándolo mucho, no puedo ofrecerte el mío, pero tengo aquí, justo a mi lado, las herramientas necesarias que me harán ir al maravilloso mundo donde los corazones pueden ser regalados. No te preocupes, no dolerá, está todo controlado.

¿Sabes qué? De esta forma, cada vez que vayas a amar, sentir, soñar, creer y reír con el corazón, notarás que siempre estaremos unidas, solamente tienes que cerrar los ojos y colocar la mano sobre tu pecho, ahí estaré.

Feliz día de la madre, este es mi regalo, espero que te guste, te quiero mamá.

Hay una mancha de sangre al final de la carta.

2015

20 mar 2019

Breathe

Sinopsis oficial

Pelusa, un pájaro del club prohibido de los pornománticos, va en busca de su alpiste preferido a una ciudad llamada Aurora Boreal. Pero un vendedor de remolachas, un bordillo gigante y un obseso de la mitosis, dificultarán su camino y le harán ver el verdadero sentido de la vida, ayudada todo el camino por una taza de té parlante llamada Equilibrio.

Advertencia

El contenido que usted está a punto de leer carece completamente de sentido semántico, pragmático y sintáctico en su totalidad, si usted espera recibir alguna enseñanza o nutrirse de algo que las siguientes líneas puedan aportarle, ahora es su momento de cerrar el libro y dejar de leer, y si lo hace y no queda conforme, no dude pedir la susodicha reclamación de tiempo y dinero al autor, le será devuelta de inmediato. Gracias por su comprensión.

BREATHE

Parte 1/5

Una bonita mañana, el sol radiaba en el pueblo de Sol Matinal, un pequeño pueblo donde no había casas sino nidos, donde no vivían humanos sino pájaros, donde no usaban palas sino picos.

Pelusa, uno de los dos hijos del alcalde del pueblo, Palomón, se despierta a golpe de despertador, dejando plumas por todo su cuarto por el susto. Ese día le tocaba reunión, reunión en un club al que todos catalogaban como prohibido, ya que nadie sabía el nombre del club ni que tramaban.

Parte 2/5

Con mucha rapidez y esmero, Pelusa se acicala, peina sus alas y se prepara para salir. Llegaba tarde, por lo que llevaba bastante velocidad. Al rato, llegó a un nido gigante dónde había un loro guardián en la entrada que le pedía la contraseña para entrar: pornománticos.

Pelusa entra y toma asiento, ya todos habían comenzado por lo que le cuesta coger el hilo de la situación; al parecer, se había acabado los suministros de alpiste de moras del pueblo, el cual era el preferido de Pelusa. Tras la charla y deliberar sobre quién irá a traer alpiste a las afueras del pueblo, éste se ofrece voluntario y emprende un largo viaje para poder alimentar a sus vecinos cercanos y lejanos.

Parte 3/5

Pelusa prepara su maleta y parte en búsqueda del alpiste de moras. Su destino era Aurora Boreal, una ciudad a unas horas de su hogar.

A pesar de ser un ave, éste no podía volar, por lo que todo el camino lo tuvo que hacer a pie. En mitad del camino se encontró con un vendedor ambulante, con su puesto de remolachas, el cual con sus dotes de persuasión se las intentó vender a Pelusa, ya que le comentó que sabían igual que el alpiste de moras y tenía más propiedades, pero la lealtad y perseverancia del pequeño pájaro le hizo poder evadir aquel vendedor.

Parte 4/5

Dejando atrás la llanura y al vendedor ambulante, Pelusa se topó con una zona rocosa y escarpada. No tuvo ningún problema por escalar las zonas bajas y llenas de rocas, hasta que llegó a una zona alta y lisa, como si se tratase de un bordillo gigante. Éste, no tuvo más remedio alguno que hacer enormes esfuerzos para agitar sus alas y realizar un pequeño vuelo, al menos, hasta la parte superior del bordillo.

Y así fue, el pájaro sacó todas sus fuerzas y a duras penas pudo llegar arriba, pero claro, alguien le esperaba allí en la superficie; una cacatúa la cual quería utilizar a Pelusa para realizar sus experimentos sobre la mitosis. El pequeño pájaro tuvo que sacar toda su valentía para noquear a aquel obseso y poder escapar de allí.

Ya después de todo esto, se adentró en un profundo bosque, el cual si lo conseguía atravesar, habría llegado a su destino.

Parte 5/5

Ya dentro del bosque, numerosos peligros y amenazas pusieron su vida en peligro; se enfrentó a numerosos reptiles y roedores, atravesó aguas con mucha corriente, trepó varios árboles y fue secuestrado durante un rato por un grupo de monos que querían realizar un ritual para sacrificar al pobre pájaro, que por suerte, y sin perder la calma, logró escapar.

Y allí estaba, la prueba final para el dos alas; un enorme precipicio, con una gran separación al otro lado, y una muerte segura al caer en él. Era la salida del bosque, pero... ¿qué era lo único que podría hacer el pobre animal? Exacto, volar.

Miró en su mochila, pero nada útil había, así que la dejó a un lado desolado. Al instante, una taza de té salió de su mochila, la cual dijo que se llamaba Equilibrio, que la había ayudado durante todo el camino, y le dijo que si confiaba en ella y en él mismo, podría alzar las alas al vuelvo y alcanzar el otro lado, que aquel precipicio le enseñaría a volar y todo lo que ha conseguido en el viaje era la mayor recompensa que el más delicioso y nutritivo de los alpistes.

Tal y como dijo, elevó sus alas, que se volvieron rojas por el color del sol al atardecer, cual Fénix en llamas, y llegó hasta el otro lado, viendo desde el vuelo su destino, o mejor dicho, su trofeo.

2013

8 mar 2019

Entre tres paredes y nueve barrotes

Igual de culpable es usted al leer esto que yo al escribirlo. O quizá igual de inocente es mi puñal que lo escribe que sus ojos que lo contemplan. A decir verdad, no puedo asegurarme en qué manos estará esto ahora, ni si será demasiado tarde o demasiado temprano; si mi juicio habrá sido pasado ya o será gratamente futuro aún, venidero o pretérito. No, a decir verdad no puedo estar seguro de nada de ello, quizá incluso estos trozos de pulpa de celulosa sucios y gastados de bordes afilados llamados hojas de papel acaben en la más sucia, ingente y putrefacta de las basuras, la madre de las basuras, aquella que emane ratas de cloaca por su útero materno, donde nadie jamás de los jamases se atrevería a ir, y aquel osado que se atreviese a ello, sería con un pretexto distinto al de encontrar cinco hojas de papel en medio de toneladas de inmundicia. Es por ello que mi lado más pesimista y desesperanzado diría que estoy acabado, sin modo de escapar ni un lugar al que ir en caso de que lo lograse, entre la espada y la pared, o peor aún, entre la espada y otra espada, e incluso muchísimo peor, entre tres paredes y nueve barrotes. Tres paredes de ladrillos, ladrillos plomizos y sombríos, dos mil setecientos cuatro en cada pared lateral y tres mil seiscientos noventa y dos en la pared del fondo, en total nueve mil cien ladrillos a mi alrededor, o eso creo, ya que solamente los he contado una vez y puedo asegurar que he visto mejores distracciones, y nueve barrotes de hierro, siete de ellos relucientes y dos oxidados, totalmente inquebrantables e inaccesibles. Pero no es ese mi lado quien está escribiendo, sino mi lado más optimista y confiado, el que quiere salir de aquí y poder volver a respirar aire puro y no roñoso, ver personas felices y no presidiarios, sentir la vida estando vivo, porque estar aquí es paralelo a estar muerto.

Cada día que pasa es un vestigio del día anterior y un simple presagio del posterior, pierdo la noción del tiempo simple y llanamente porque aquí no fluye el tiempo ni tan siquiera existe como tal, todo es eterno y sin fin, todo menos mi celda. Los meses se congelan, las semanas son ilimitadas, los días inagotables, las horas imposibles de calcular, los minutos nunca caducan y cada segundo que paso es una perpetuidad de sufrimiento, como si taladrasen mis uñas, oprimiesen las cuencas de mis ojos, sacasen mis muelas a la fuerza, raspasen mi lengua, azotasen mi espalda y cociesen mis órganos, todo a la vez metido en una coctelera, una completa espiral de angustia. Sé que las espirales tienen un final, pero no si éstas comienzan a girar a una velocidad mayor a la tuya, como si estuvieses en un laberinto circular, del que por mucho que camines (y digo caminar refiriéndome a lo único que podría hacerse en un laberinto), acabarás volviendo una y otra vez al punto de comienzo.

No he conocido a nadie, al menos no a nadie del que me sepa (o recuerde) su nombre, es como vivir entre cientos de maniquís rotos y enfermizos, manchados de culpa y de crímenes a sus espaldas, con un pasado no más oscuro que el futuro que les depara, tan oscuro como sus celdas, tanto de día como de noche, aquí no distinguimos entre ambos e incluso pongo la mano en el fuego en que algunos ni recuerdan lo que son, ni tampoco recuerdan lo que es el sol y la luna (puestos en minúsculas para restarles importancia), ni las flores y los farolillos, lo que es un prado luminoso ni una noche estrellada, un campo sosegado ni una ciudad viva, definitivamente ya no lo saben. Y no sólo hablo de los presos, a los que antes califiqué con bastante agudeza como 'maniquís rotos', sino que tampoco conozco a los guardias ni a los de vigilancia, a los que yo llamo robots de carne y hueso, sólo hacen su cometido, agachan su cabeza frente a sus superiores pero demuestran gran valentía con los presos, tratándolos como trapos y deshechos, y eso es porque son más libres aquí que fuera de las prisiones. En la vida real, ni sus mujeres los echan de menos en sus camas ni sus hijos en sus alcobas, simples don nadies que merecen una noche en las duchas frías junto a sus vejados presidiarios. Estoy muerto aquí por el simple hecho de que no estoy vivo para nadie, mi presencia es nula, soy huraño, asocial, esquivo todo tipo de contacto hueco o presencia fatua que se aproxime a mí, procuro que mi cordura vaya siempre de mi mano, que mi cuerpo se mantenga en pie el mayor tiempo posible y que mi cabeza no salga de la celda si no salgo yo también de ella, tapo mi boca cada vez que tengo un ataque de ira en el que sólo me sale gritar que me saquen, que me liberen, no quiero que las paredes me absorban, que no aguanto más, que me siento totalmente aislado y que no merezco estar aquí.

Siempre me gustaron los animales, pero ahora no sé que pensar sobre ellos, no los diferencio bien, me explico; si os pregunto y os hago pensar en los tres seres vivos más repugnantes, desagradables y repulsivos, seguramente responderíais los tres que mencionaré en los siguientes tres párrafos, que a pesar de que ni yo pueda decir que su estancia conmigo sean del todo agradables aquí, he de admitir que son lo más cercano a las palabras 'amigo' y 'supervivencia', lo único suculento de mi estancia y permanencia en este funesto lugar, pero la verdadera respuesta, la que diría yo y posiblemente alguien de mi misma condición también, la mencionaré ya en el cuarto párrafo de distancia.

Las moscas, ya las nombró Antonio Machado, por lo que mi última intención es hacerle sombra ni manchar mi nombre al permitirme, bajo el nombre de 'Anónimo Manchado', hablar de ellas también. Catalogadas por el antes mencionado como golosas, vulgares, voraces, pertinaces, perseguidas, pequeñitas, revoltosas y viejas. Aguardan diligentes mi trance, revolotean a mi alrededor, soy yo su futura comida que buscan, sus zumbidos piden que muera, que yo muera, que me quede con las cuencas de los ojos vacías para que ellas puedan alojarse en mi concavidad ocular y depositar sus miles y miles de huevos. Ansían mis desechos, como si de un exquisito y lujoso banquete se tratase. Holometábolos, dípteros, no recuerdo cuando aprendí esas palabras pero creo que se asocian a éstas. Hay una en cada silencio de la celda, imposibles de alcanzar, imposibles de ver e imposibles de aniquilar, seres imposibles en general. Son las que más me anhelan, las que claramente me dan señales de que la única forma en la que no debo permanecer aquí, es con vida.

Las cucarachas, quizá lo menos asqueroso de ellas sea su nombre, y aún así, me da escalofríos decirlo e incluso escribirlo, así que no volveré a mencionarlo. Son moscas grandes y sin alas, bueno, o eso creía yo hasta llegar aquí. Paso noches en vela masacrando el mayor número de ellas posible, recuerdo una noche que ese número superó los sesenta, desde entonces hay muchas menos. No puedo dejar migas de pan al descubierto, ni nada que emane algún olor levemente fuerte, e incluso, ha habido ocasiones de tanta escasez que ellas mismas han servido como plato, y no, no dejé ni una miga de pata, para que no viniesen más.

Las ratas, la cúspide de los roedores, puedo oír que en algunas otras celdas ya se han hecho amigos de pequeños e inofensivos ratoncitos, pero aquí sólo han llegado ratas, ladronas y embusteras, portadoras de la peste, he sufrido noches de delirio, fiebre alta, sarpullidos y picores extremos por culpa de éstas, por culpa de hacerme amigo de la más vil y mezquina de todas ellas, de haber desperdiciado el último trozo de tórax de aquella descomunal cucaracha para dárselo de comer, caso error. Sucias omnívoras, burdas, ordinarias, groseras, desagradecidas y bastas, son aquellas que más contaminan mi inmunda estancia. En las películas suelen aparecer bonitas princesas y lindas mujeres que acompañan a su leal príncipe protagonista en sus fortunas y desdichas. Yo, desgraciadamente, me enamoré de una rata.

Las personas, hombres y mujeres, niños y niñas, jóvenes y ancianos, niños y adultos, adolescentes y desamparados, todos y cada uno de ellos son el peor excremento que la madre naturaleza haya podido evacuar. Es por ellos y su propia culpa que me han encerrado aquí, que permanezco aún, que no tenga intención de salir, que me traten de tal manera, que todo vaya tan mal y que esté sucio, desnutrido, congelado y con mucho miedo, yo no les he hecho nada, es más, nunca he hecho nada excesivamente malo más que escribir y publicar, pensar y opinar, juzgar y denunciar, simplemente eso, y he sido pagado de vuelta con una moneda que no me corresponde, que no se ajusta a aquello que merezco. No culpo al ser humano de ser como soy, sino de no dejarme ser totalmente libre de la manera que quiero ser, de ser señalado por cada movimiento que ejecute y achacado por toda palabra que escriba o salga de mi boca.

Son muerte, hambre, enfermedad y opresión las que resumen los anteriores cuatro párrafos respectivamente, y las palabras que también resumen lo que día a día vivo aquí.

Solía arañar las paredes, sin cesar, como un perro que busca un hueso entre la tierra, deseoso, anhelante, hasta quedarme sin uñas y con las manos ensangrentadas, con costras en la piel debajo de las uñas y sangre seca incluso en el eponiquio, los dedos negros y magullados, las manos con pulso acelerado y los brazos temblorosos, como si ambas extremidades hubiesen cobrado vida, y a decir verdad, no sé cómo puedo estar escribiendo esto con tan buena caligrafía. Ahora ya no suelo hacerlo, he encontrado una mejor forma de escribir humildes poemas en los ladrillos de la pared, usando una pequeña barra metálica, patas de araña y restos de comida sin olor, y ahora que lo he mencionado dos veces... una vez me comí una araña que sabía a maíz. Poemas de exilio, de socorro y ayuda, de angustia, de soledad, de vacío, de escombros, escoria, derribo, inquietud, desasosiego, alboroto, sangre, estirpe, extravío, desorientación, confusión, presidio, grafía, suciedad, impureza, obscenidad, bulimia, tinieblas, penumbra, pavor, turbación, semblante, faz, tumulto, antro, odio y amor. En ellos se observan los distintos colores de mi sangre, por las paredes, ya sea por el tipo de herida, la forma con la que se secó o el tiempo que lleva, toda una gama de colores comprendidos entre el rojo rubí hasta el negro hollín. También se refleja en los poemas mi evolución, desde que entré aquí, formal, con buenos modales, pulcro, silencioso, como si estuviese de visita en un museo en el que tú mismo eres la obra de arte que capta más la atención hasta el día de hoy, informal, desabrochado, pérfidos modales, lleno de suciedad hasta el alma, ruidoso, estresado, angustiado, como si llevase medio siglo observando un cuadro de museo que me horrorizó desde el primer segundo, con la mirada clavada, sin poder mirar nada más. En resumidas palabras, esa es metafóricamente mi vida y mis días en prisión.

Cada día, arropado por un trozo de cartón manchado de urina, despierto en el centro del suelo de mi celda, bueno, al menos los días que duermo, que no son muchos a decir verdad, con los ojos rojos, llenos de venas cual trepadoras ensangrentadas en el muro de mis ojos, los lagrimales tan resecos que he llegado a tener costras similares (tanto en tamaño como en color y apariencia) a las pasas, el pelo mugriento, los oídos taponados, mis labios resquebrajados y los huesos como glaciales. Los días pares toca ducharse, a manguera helada, todos en colectivo, desnudos y congelados. Intento no fijar la mirada en ningún otro preso, son inexistentes para mí, es por ello que también lo soy yo para ellos, siendo ésta la única manera de permanecer de una sola pieza aquí. Recuerdo que a un soplón que fue cazado, mientras los guardias se fueron de las duchas, le introdujeron una manguera metálica por el recto y otra por la boca, censurando lo que posteriormente ocurrió ya que no quise ser cómplice ni partícipe de ello, no más. También somos llevados al patio, donde prácticamente sólo hay trapicheo, tipos musculados y peleas, muchas peleas. Yo prefiero permanecer en mi celda, ya que afortunadamente, nos permiten esa opción, siendo esto lo único positivo que habré escrito en tantas líneas. Los días impares somos seleccionados siete de nosotros para limpiar todo el establecimiento durante 12 horas seguidas, con un simple y momentáneo descanso en el ecuador del trabajo. A mí de momento sólo me ha tocado una vez, y espero no tener que volver a hacerlo durante un largo periodo de tiempo. Diariamente revisan la celda de un preso aleatorio, la mía fue revisada ayer, ya que puede que mi estancia aquí acabe pronto; primero esparcieron vómito y arena para animales por las paredes en las que escribí mis poemas y me hicieron limpiarlo todo, mientras me pataleaban, insultaban y escupían, decían que yo era un psicópata, un mal nacido, que todo lo que yo estaba pasando era más comparable al Cielo que al Infierno acorde a lo que me merecía. Aún hoy huele a vómito mi celda. Si de verdad yo mereciese todo esto, no estaría escribiendo con tal hermosa y cuidada escritura, sino que estaría lamentándome, por todo lo sucedido, por lo que he hecho y no he hecho, por lo que he cometido y lo que no, pero no es este el caso, aún tengo esperanzas, esperanzas de volver a ver un rayo de sol, esperanzas de que esta sea la bala de cañón que destruya el muro que me impide volver a la libertad.

Hay dos elementos que aún no he mencionado, quizá porque he querido dejarlos para el final o bien porque se me habían olvidado, a su elección, y son el suelo y el techo. No los incluyo en el número de paredes, no son paredes, tienen vida, tienen un significado, pero a veces, siento como que ninguno de ellos existe, que se evaporan por culpa de mi ardiente necesidad de salir de aquí. A veces trato de no mirarlos, me elevo en alguna superficie alta para no estar en contacto con el suelo pero no demasiado para no alcanzar el techo. Son los que gobiernan, los que dirigen, los que marcan las pautas, delimitan el inicio y el fin, la superficie por la que la flor empieza a crecer en el exterior y el punto máximo hasta donde puede crecer, un principio y un final.

El suelo es diferente al resto, es liso y polvoroso, al andar sobre él descalzo, dejo la marca de la planta de mis pies, ¿o es quizás esa marca el trozo de polvo que al suelo le robo? Todo un rompecabezas, ¿se adhiere el polvo a la planta de mis pies o la planta del pie succiona la cantidad de polvo acorde a la silueta que deja al andar? Quizá otro día trate de averiguarlo. Cuando realizo mucho movimiento sobre el suelo, todo el polvo se levanta como si fuese una tormenta de arena, haciendo imposible la visión de mi celda durante ese instante, tal vez podría beneficiarme de ello. Como hemos dicho que el suelo simboliza el inicio, probablemente lo mejor sea que os cuente desde el principio, la razón por la cual estoy aquí. No recuerdo exactamente la fecha, ya que llevo bastante tiempo aquí, pero sé que era fin de semana y estaba tumbado en el sofá. Mi mujer y mi hijo habían salido, pero era tarde y aún no habían vuelto, por lo que realicé varias llamadas al móvil de mi mujer, no obtuve respuesta alguna, su móvil estaba apagado. Era un tiempo muy feliz para mí, hacía poco más de dos semanas que había publicado mi última novela, de la cual no voy a volver a nombrar el título, ya todos la conocen, y su éxito en ventas había sido descomunal, una gran millonada de ventas, todo el dinero que necesitaba para ser feliz hasta que muriese y poder heredarlo unas tres o cuatro descendencias mías estaba a la vuelta de la esquina. Mal día escogí para ver las noticias, mi novela era, como podéis deducir con este escrito, una novela de terror, misterio y asesinatos, muchos homicidios. Mi nombre estaba en toda la prensa e informativos, tanto en televisión como en la radio, pero pasé de un segundo a otro de ser un exitoso escritor a un fracasado criminal. No me preguntéis quién ni por qué, pues no lo sé, pero todos aquellos asesinatos que yo mismo cometí con mi pluma de escritura, fueron cometidos exactamente igual que en mis párrafos, pero con un cuchillo de carnicero y tinta roja en este caso. Para colmo, por si fuera poco, mi mujer e hijo habían sido secuestrados y se encontraban en paradero desconocido, tal y como les ocurre a la mujer e hijo del protagonista de mi obra. No hay poema que haya escrito en las paredes de la celda que describa cómo se quedó mi cara en ese momento. Poco tardaron la policía y una gran masa de prensa (rosa y de todos los colores) en derribar la puerta de mi casa, destrozar todo mi inmueble y, entre golpes e insultos, arrestarme por haber cometido todos esos crímenes, haber asesinado a mi esposa y mi hijo y haberme deshecho de sus cadáveres. Toda una locura, locura que se ha convertido en la incertidumbre que vivo aquí presente.

El techo también es diferente al resto, tiene tramas y líneas uniformes, no acumula nada de polvo, sino humedad, verdín y moho. Muchas veces me quedo tumbado mirando hacia arriba, proyectando mi mirada a todas esas líneas, para desvelar si forman un dibujo o mensaje o es sólo imaginación mía. Si permanezco mucho rato mirándolo fijamente sin pestañear, puedo observar que de manera lenta y paulatinamente, el techo empieza a bajar, a caer, a humillarse ante mi mirada, pero cuando vuelvo a pestañear, regresa a su altura de partida. Hasta ahora he llegado a permanecer casi dos horas sin pestañear y con el moho del techo rozando la punta de mi nariz, una experiencia estremecedora y de éxtasis, pero mis ojos no la agradecieron mucho. No puedo subir más allá del techo, y como mencioné antes, simboliza el final, mi final, el final de mi estancia, de esta historia, de este escrito y de su lectura, cuando salga de esta celda para ser juzgado, para que decreten que he cometido nada más y nada menos que doce asesinatos, además del de mi mujer e hijo, es decir, nueve barrotes más tres paredes y además el suelo y el techo. ¿Y qué soy yo entonces? Si potestad no tengo de poder exculparme, si no pertenezco a esta celda, sino que esta celda, pertenece a mí.

Yo soy la flor, que crece en el suelo de la celda y que delimita con el techo de ésta, mis raíces son mi vida pasada, mi testimonio, mi única coartada hacia la libertad, mis hojas son todo lo que he aprendido aquí y me ha ayudado a sobrevivir, y de mí depende que mis pétalos vuelvan a lucir coloridos o que se sequen y caigan. Creo no haberlo mencionado antes en las previas cuatro hojas, pero quizá si es usted un lector sabio y hábil, seguramente haya intuido que la cadena perpetua no es la condena que me han precisado, sino algo mucho peor, más directo y vigente, pero a la vez, más injusto para mí, mi ejecución, sacrificio, muerte... A decir verdad, y a un sólo día de margen de que se produzca, aún no sé cómo será, si con gas venenoso, en la silla eléctrica o siendo desmembrado, inagotables posibilidades de que mi historia ponga punto final en un capítulo que, a mi juicio, aún no es el último. Estoy muy lejos del epílogo, bastante lejos, por lo que debo luchar. Cuando me comunicaron lo de mi ejecución, no sabía qué decir, me sentía tan inofensivo, tan vulnerable al ver cómo terceras personas decidían sobre mi futuro, al igual que deben sentir los personajes de mis novelas cuando yo, el narrador, marco sus destinos a golpe de pluma. He intentando por todos los medios que no se produzca esa ejecución, he dicho la palabra 'inocente' en todos los idiomas posibles y aún así sigo sin ser escuchado, sin ser entendido y ni tan siquiera mirado, ninguna de mis grandes fortunas pueden cubrir una condena de muerte, dando a entender con esto, que el precio de una vida humana no puede ser calculado con el dinero, pues no hay cifra que lo alcance, pero que la muerte de una tiene el mismo valor que la ejecución de otra, ojo por ojo, diente por diente, novela por novela. Hoy no han venido en todo el día a mi celda, han decidido dejarme solo en mi último día de vida, para que prepare mi cuerpo y mentalice a mi alma sobre lo que me harán mañana. Aún no se han encontrado los supuestos cadáveres de mi mujer e hijo, por lo que quizá siguen merodeando vivos por ahí o secuestrados por algún sucio impostor.

Me vuelvo a dirigir hacia usted, lector, con toda la esperanza y tinta que me queda, para comunicarle mi más sincera gratitud y agradecimiento por haber llegado a este extremo de la lectura, por haberme dado esta oportunidad de reflectar mis ruinas, infamias, estragos y dolencias en sus ojos, y espero, francamente, que también en su conciencia. Soy yo el único que conoce mi novela, pues de mi imaginación, experiencia y cabeza vino, y sé muy bien cómo desentrañar todo este revuelo. También sé, a ciencia cierta, que mi amada y pequeño hijo siguen vivos, que están amordazados y que no les queda mucho, y que si usted, tras leer esto, no me salva, estará matándolos a ambos, incluso a mí. No pretendo, ni mucho menos, someterle todo el cargo de culpa y conciencia al leer esto, sólo es cuestión de encomendarle una misión, la misión de hacer justicia, de correr por los pasillos y escaleras de esta prisión y buscar la sala en la cual darán mi veredicto mortal y gritar, gritar muy alto, y usar estas pruebas que le estoy dejando, como la llave de mi albedrío, ya que quizá no de mí, pero estoy seguro que de unas manos limpias como las suyas, aceptarán leer estas páginas.

Anoche vinieron a mi celda unos señores, vestidos de superioridad y arrogancia, y me hablaron de mi final, de que ya no había vuelta atrás, me resumieron palabra a palabra todo lo ocurrido y el hecho por el que era condenado, me hicieron firmar papeles que al principio rehusé leer, pero comprendí que no tenía más remedio que hacerlo, me preguntaron infinidad de cosas, sobre mi vida, o al menos lo que yo antes llamaba vida, sobre mi familia, mis amigos, mi trabajo, mis novelas, mi salud, mis proyectos, etc... pero no se pararon en pensar ni meditar que cada palabra que me obligaban a decir era un punzante pinchazo más a mi ser.

Antes de ejecutarme, me preguntaron que cuáles serían mis últimas palabras, y yo, siendo sólo culpable de mis letras, y como escritor empedernido que soy, me expreso mejor de manera escrita, y sólo de esa manera podría convencer al mundo de que mi acusación es falsa, por lo que pedí no más de cinco hojas de papel y la tinta suficiente que cupiese en ellas.

2014

27 feb 2019

If I could start again a million miles away

20 de Enero de 2015, 6:40

Hoy es mi 17 cumpleaños. Nada fuera de lo normal, soy Lucy, una adolescente simple y corriente, aburrida del día a día. Acaba de empezar este día que se supone debe ser el más feliz de mi vida, sin embargo, sólo deseo que se acabe. Es un martes, un martes normal. A primera hora Matemáticas, como siempre. Sin ganas, me visto con la misma ropa de ayer, pues me he levantado tarde y no tengo tiempo de ponerme otra. Cojo mi mochila que pesa excesivamente, pero no importa, sólo espero que este día no sea como todos los demás.

-Éstas eran las primeras palabras de un diario.-

Capítulo 1: Monotonía.

Como era de esperar, me he vuelto a equivocar. Oigo como toda la gente se ríe de mí con un tono burlesco, yo intento hacerme la sorda pero está claro que es imposible, el ruido es incluso insoportable. Todos se ríen de mí, no puedo soportarlo. Obviamente, nadie se acuerda de mi día. -Profesor, me marcho al servicio.- Digo.

Y de ésa forma, me fui para no volver. No me importan los estudios, al fin y al cabo puedo recuperar las clases perdidas en poco tiempo. Volví con la cabeza baja y escuchando una triste melodía de Beethoven, lo que empeora las cosas aún más. Nada más llegar a la puerta de mi casa ya me voy corriendo a mi cuarto, encerrándome junto a mi perro Shi.

20 de Enero 2015, 17:33

No sé cuántas horas habré pasado llorando, ni siquiera he comido, y no es la primera vez. Ya se me empiezan a notar las costillas. Mi madre ha llegado a casa, no quiero que me moleste ni me pregunte cómo estoy así que me voy a pasear al perro, así puedo estar sola. Me voy al mismo sitio de siempre, en una esquina recóndita del parque del pueblo, un parque viejo y abandonado donde apenas va la gente. Mientras Shi juega solo correteando yo puedo estar camuflada entre la espesa niebla que hay desde el principio del invierno. Los odio, los odio a todos, los odio por maltratarme. Mamá me ha reemplazado por su nuevo amante. Cómo no, papá no lo sabe, pero tampoco me importa ya que a él también lo odio. Entiendo que mamá lo engañe, no hace más que beber y beber.

...

Ya oscurece, debería volver a casa antes de que sea demasiado tarde, aunque por otro lado no quiero hablar con mi familia. Incluso ellos me llaman rara. Me vuelvo una vez más al cuarto pequeño y oscuro en el que duermo, a lamentarme. ¿Mi único consuelo? Un pequeño ordenador en el que veo fotos de paisajes lejanos. -¿Por qué me tiene que pasar a mí? Si tan solo pudiera volver a empezar... todo... todo cambiaría... No quiero seguir aquí ni un minuto más. No quiero. ¿Pero qué puedo hacer al respecto? Absolutamente nada, llorar y llorar. - Por primera vez en el día las lágrimas no eran de tristeza, sino de impotencia. Y así, me dormí, con el ordenador en mi regazo y fotos de países exóticos.

Capítulo 2: A donde sea

Cuando me he levantado he visto que la casa estaba toda removida. A la familia se la veía más feliz de lo normal. Papá, no tenía la común cara de amargado sino que estaba feliz y alegre, como cuando era pequeña. Mamá estaba muy amable: me ofreció un suculento desayuno completísimo, de esos que no comía hace años. ¿Por qué todos están así? Incluso Shi está radiante. En el rincón, al lado de la mesa, hay unas maletas, ¿qué pasa aquí? -Lucy, hija. Prepárate que nos vamos ya. -Pe... pero, ¿dónde? -Nos mudamos hija, ¿no lo sabías? -¿¡Cómo que nos mudamos!?, ¿así de sopetón me lo dices? -Venga, luego las preguntas, primero arréglate. -Claro. ¿Como puede ser? ¿Se ha hecho realidad mi deseo? ¡Imposible! ¡Los deseos nunca se cumplen! Y menos en mi caso... Cogí mis cosas y las metí como pude en la maleta, no tenía mucho: unos cascos viejos, la correa de Shi, unas piezas de ropa y claro, mi portátil. También cogí los pósters de mi grupo preferido, no podía dejármelos ahí, y justo después, fui escaleras abajo dispuesta a partir de aquel infierno. Poco después mis padres cogieron también sus maletas, nos montamos en el coche y emprendimos el viaje. Nos metimos en una autopista que no conocía, tampoco había señales por la carretera ni indicadores. Era todo tan aburrido que sin darme cuenta me eché una siesta.

21 de enero 2015, 10:21

He mirado al reloj y han pasado cuatro horas, no sé cómo he podido dormir tanto. Mamá me ha dicho que ya queda poco. Quizá sea porque estoy un poco dormida, pero la carretera me parece la misma y aburrida carretera de antes. He sacado el portátil, porque aunque no tenga internet puedo seguir viendo mis queridas fotos y alguna que otra película exótica también. Tengo montones de fotos, sin embargo, nunca he dicho el nombre de ese sitio. Nadie me lo ha preguntado.

...

Cuando he querido darme cuenta ya estábamos en las calles de una ciudad. ¿Habíamos llegado a nuestro destino?

Capítulo 3: nueva vida

Se lo he preguntado a mamá y sí, definitivamente es nuestra ciudad. Nuestro nuevo hogar. Parece una ciudad muy bonita: las calles son coloridas, la gente parece simpática y al fondo hay una playa preciosa de agua transparente y arena dorada. Estoy deseando ir allí, pero primero hay que ver la casa.

21 de Enero 2015, 13:05

Hemos llegado "a casa". No tiene ni punto de comparación con nuestra antigua vivienda. En esta casa hay un salón inmenso con una televisión casi más grande que la pared, dos baños: uno en el piso de arriba y otro en el de abajo. Tres habitaciones de dimensiones considerables, una cocina inmensa y moderna y lo mejor, un jardín para Shi con caseta de perro y todo. Me apresuro en desempaquetar mis cosas, saco la ropa y la pongo en el armario, lo ordeno todo a mi gusto y pongo los pósters en la pared. Ahora sí estoy en casa. Antes de nada, me doy una buena ducha, me pongo mi mejor ropa y me voy a pasear al perro, tengo que causar buena impresión en mi nueva ciudad. Al contrario de lo que estoy acostumbrada, la gente cuando me ve por la calle, gente a la que ni conozco, me saluda amablemente y me da la bienvenida. Esto es genial. Shi parece estar feliz también.

He ido al paseo marítimo, me apetecía ver la playa y por lo visto no era la única, la playa tiene mucha gente con perros también, esto me alegra. Sin embargo, no hay nadie en la playa o en el agua. ¡Faltaría más! En pleno invierno no creo que nadie se atreva a bañarse, pero eso en el fondo es mejor, así puedo ver todo su esplendor.

...

23 de Enero 2015 8:30

Hoy es mi primer día de clase en el nuevo instituto. Esta vez no será igual, esta vez tengo esperanzas. Llego a la primera clase con la cabeza alta, curiosamente parece ser que también toca Matemáticas. Me siento en un lugar vacío. Entonces, ocurre algo increíble: veo cómo todos se levantan y se dirigen hacia mí. ¿Qué habré hecho ahora? es que acaso... - Un sonido interrumpe mis pensamientos. -¡Bienvenida a La Frontera, Lucy!- Vaya, así que esta ciudad se llama La Frontera. No sé por qué pero me suena. -Gracias.- dije. Parece que sí, parece que ahora por fin ha cambiado mi destino.

Capítulo 4: Él

3 de Marzo 2015, 8:00

Hoy ha venido un chico nuevo a clase y se ha sentado a mi lado, el único sitio libre. Se llama Kyle. Es un chico tímido y reservado a primera vista. Es alto y moreno, también bastante guapo. Por lo visto le gustan las Matemáticas tanto como a mí. Y parece que se le dan bastante bien.

3 de Marzo 2015. 14:30

Llevo un rato mirándolo y he visto que le gusta la fotografía, tiene una cámara con la que va haciendo fotos de todo. Me vuelvo a casa, que ya es hora de comer. En el camino de vuelta , me doy cuenta de que hay alguien justo detrás de mí, ¿será un acosador?, ¿un ladrón? Ahora que todo iba tan bien... -Hola. -¿Quién eres? -Tranquila, has sufrido mucho todo este tiempo, ¿verdad? -C... ¿cómo lo sabes? -¿No sabes quien soy? ven conmigo.- Y sin verle la cara lo seguí hasta un rincón de la playa rodeado de rocas. Era un paisaje realmente hermoso. Entonces, me enseñó su cara: Kyle. -¿Kyle?, ¿cómo demonios sabes tanto de mí si hace un día que nos conocemos? -Te equivocas, hace un día que tú me conoces a mí. Pero yo llevo siguiéndote mucho tiempo, desde que vivías en tu antiguo pueblo. -¿Mi antiguo pueblo? ¿Por qué, Kyle? -Porque te quiero, y quería ayudarte. Pero no podía, pensé que rechazarías mi ayuda, parecías tan fría y distante... Fui yo quien dijo a tus padres de venir aquí. -Eres genial. Gracias. Había encontrado un verdadero amigo, alguien que me quería de verdad. Yo también le quería. No sé por qué pero tenía la sensación de conocerlo desde hace muchísimo tiempo. Era una sensación rara. Por primera vez en la vida era feliz, feliz de verdad. -Ahora ya no estarás sola, ya no sufrirás jamás. Porque yo estoy contigo. -S-sí... - Mis lágrimas caían de la alegría-. -Tranquila, ahora ya no tienes razón para llorar. Si esto es la felicidad... quiero que dure eternamente. Perdí el conocimiento de la emoción.

Capítulo 5: Vuelta a la realidad

20 de Enero 2015, 6:40

No sé qué pasó, pero me levanté con un dolor de cabeza horrible, con Shi lamiéndome la cara. Me encontraba en mi viejo cuarto, aún con el portátil en mi regazo, abierto. En él, unas pocas fotos de paisajes exóticos, todos de aquel sitio que nadie me había preguntado. Fotos de "La Frontera". Tenía unos cuantos mensajes en el móvil. Todos de un tal K. -Estaba hablando contigo por msn y de repente no me contestaste más, ¿te ha pasado algo? Y... por cierto, ¿sabes si podrás venir a verme algún día? En ese momento, en mi cara se esbozó una sonrisa irónica, mientras las lágrimas caían por mi rostro y el teléfono resbalaba de mis manos, ya sin fuerzas. Feliz cumpleaños, Lucy, me dije a mí misma. Al fin y al cabo ha sido, por un rato, el día más feliz de mi vida.

-Y este es el fin de el diario que encontré, diario que ya había perdido hace años y que pensé que no volvería a ver. Mi diario.-

End.

Pequeños pasajes de un diario perdido

12 feb 2019

La hoja del tiempo

"¿Hola? ¿Dónde estoy? Vaya... esto está muy alto, y muy borroso...
Parece que no puedo moverme... espero no estar muerto" .

Y allí estaba, incrustada entre una quebradiza rama y un nido de pájaros vacío; una simple hoja un poco deteriorada la cual acababa de despertar de un sueño que ni ella misma recuerda.

La hoja pensaba y pensaba, pero no sabía qué hacía allí, y algo mucho peor; no sabía quién era. De pronto, le vinieron retazos de su pasado, en aquellos retazos vio a un hombre de estatura media, cabello rubio y en punta, vestimentas rojas y unas gafas que lo hacían fácil de reconocer. También recordó su nombre; Lye.

Después de todos los pensamientos que inundaron "la cabeza" de la hoja, unas extrañas (y extravagantes) gafas le aparecieron bien colocadas, suponiendo que aquel extraño hombre llamado Lye era la hoja, pero... ¿¡cómo había llegado allí!?

Unos minutos después, una ligera brisa hizo a la hoja caer del árbol lentamente. Mientras caía, observó que, increíblemente, las demás hojas del árbol, se hacían marrones y caían muy rápidamente, como si fueran de plomo.

La hoja aterrizó suavemente sobre la cabeza de un perro, más concretamente un Shar Pei, y escuchó una voz que decía: "Qué hambre tengo... qué malo es esto de que tu dueño esté durmiendo..." Efectivamente, eran los pensamientos de aquel vago perro. La hoja intentó hablar con él, pero lamentablemente no tenía voz, así que se puso a pensar una manera de comunicarse con aquel perro, y de pronto, el perro dio un fuerte ladrido y volvió a pensar: - ¿Quién está ahí? A lo que la hoja le contestó: - Soy yo, estoy en tu cabeza. El perro volvió a contestar: - ¿Eres mi cabeza? La hoja un poco molesta le dijo: - ¡Soy la hoja que está sobre tu cabeza, bola de pelo!, si quieres, puedes llamarme Lye. El perro totalmente confuso le dijo: - Está bien Lye, no sé exactamente lo que es un nombre pero los humanos suelen decirme Smash. Y bien, ¿cómo es que una hoja puede leer mis pensamientos? - Eso me gustaría saber, lo único que recuerdo de mí es que nunca antes fui una hoja, es más, me recuerdo como un humano, pero cuando me desperté ya estaba así, sin poder hablar ni tan siquiera moverme. - Entonces diría que eres... ¡UN ALMA! Pensó tan fuerte Smash que dudo que no le oyeran quienes pasaran por allí. - Un... ¿alma? Dijo Lye. - Sí, seguramente tu forma humana haya desaparecido y te has refugiado en lo que eres ahora; una hoja ¿Mi forma humana? - Sí, es decir, tu cuerpo, por lo que ahora eres solamente lo que recuerdas de ti. - Cada vez entiendo menos, bueno, ahora háblame un poco de ti, Smash. - Estoy esperando a que mi dueña despierte... parece que alguien le disparó en la cabeza y como le sale mucho líquido rojo por la cabeza no se despierta. Lye pensó no decirle al pobre perro que a su dueña la habían asesinado y le propuso ir a dar una vuelta ya que la hoja no podía moverse por sí sola.

Lye y Smash estuvieron caminando sin mediar palabra alguna, bueno, sin mediar pensamiento alguno por así decirlo. La situación de Smash le hacía dudar mucho a Lye; el pobre perro no sabía que su dueña había muerto, sin embargo, él tiene la fe de que despertará. Cuando llegaron a la carretera, Lye se percató de varias cosas; todas las tiendas habían cambiado, y algunas de ellas desaparecieron, pero lo más desconcertante era que Smash, ese bobo perro que sólo pensaba en comer, dormir y en la reencarnación de almas, ¡había desaparecido!

Lye cada vez entendía menos de lo que pasaba y se dedicó a esperar y pensar sola e ignorada a pie de la carretera a que algo sucediese o alguien la recogiera. De pronto, Lye oyó un gran ruido. Al parecer, un taxi había atropellado a alguien, pero con la gran multitud de personas que había, el humo y los coches, le era imposible para Lye ver quién era el atropellado. La gente parecía muy entristecida por lo que había ocurrido, pero uno de los hombres que había allí que parecía salir de la parte trasera del taxi, no parecía sentir ni la más mínima tristeza, es más, tenía una gran sonrisa de oreja a oreja más reluciente que el brillo del sol.

Ya había pasado más de veinte minutos cuando empezó a hacer viento y la hoja salió volando. Mientras permanecía en el aire, Lye meditó sobre lo que acababa de ocurrir: al caer del árbol, éste perdió todas sus hojas, y al ir hasta la carretera, algunas tiendas y Smash desaparecieron. Todos estos hechos le recordaron a alguien que conocía en su etapa de humano, un profesor que estudiaba las leyes del espacio-tiempo y la muerte.

Cuando dejó de soplar el viento, Lye aterrizó sobre una flor que estaba junto a una casa que parecía una oficina totalmente en ruinas y deteriorada. Algo que asombró a Lye fue que era por la tarde y ya casi se podía ver la puesta de sol. Lye se quedó mirando aquella casa cuando de repente escuchó una voz; "Qué envidia me dan aquellos que pueden moverse..." . Efectivamente, era aquella flor, un lirio blanco que envidiaba a los humanos y a los animales porque podían desplazarse. Lye le dijo: - No te preocupes, yo tampoco puedo moverme. - ¿Quién me habla? - Soy la hoja que está sobre ti, parece que podemos leernos nuestros pensamientos, por cierto, llámame Lye. - ¿Lye? ¿Llámame? Sea lo que sea, ¿quieres algo? En este momento me gustaría estar sola como siempre. - Oh, ya veo... pues sólo quería preguntarte algo antes de que me lleve el viento, ¿qué ocurrió en esta casa? - A esta casa solía venir mucha gente, pero un día salió ardiendo y uno de los que entraban no pudo salir y murió por el incendio. Después de que el lirio le contara la historia de aquella casa a la que iba mucha gente, el viento volvió a soplar sin darles tiempo a poder despedirse.

Esta vez volvió a ser de día y Lye acabó en un parque infantil. Había muchos niños jugando pero uno de ellos estaba sentado solo leyendo un libro de ciencias. El niño se acercó lentamente a Lye y se quedó mirándolo. Lye sintió algo muy profundo al ver a ese chico y volvió a recordar algo que dijo aquel profesor: "Las leyes del espacio-tiempo no se aplican a los muertos, pero éstos, al ser lo que son, al no existir, no pueden explicarnos lo que sienten". A todo esto Lye pensó; - Eso significa que... El chico interrumpió los pensamientos de Lye y la cogió porque le llamaba la atención una hoja con gafas. El chico dijo: - Que hoja más extraña. Lye le contestó: - Eh, de rara nada. El chico se quedó pálido por lo que acababa de oír e intentó contestar en voz alta: - Aunque seas rara tus gafas son muy bonitas y extravagantes. Lye le dijo: - Yo también pienso que son geniales mis gafas, pero como soy una hoja, creo que lo mejor será que te las quedes tú. El chico no entendía por qué estaba hablando con una hoja pero aceptó el regalo de Lye y se puso sus gafas. Lye le dijo: - No hace falta que hables, con pensar basta, chico. Por cierto, ¿podrías hacerme un favor? A partir de este momento, el chico empezó a pensar; - ¿De qué se trata? - Me gustaría que me llevases a un árbol que hay a unas pocas manzanas de aquí. El chico agarró fuertemente la hoja y se dirigió al árbol.

En el camino, ninguno de los dos mediaron apenas palabra alguna. Cuando estaban llegando al árbol, Lye se fijó en algo totalmente asombroso e increíble: el chico empezó a crecer hasta ser igual que aquel tipo de rojo que pensó Lye, es decir, él mismo, por lo que aquel chico del parque... ¡era él mismo cuando era pequeño! Tal y como explicó el profesor de los recuerdos de Lye; "Cuando se está muerto, no existe ni el espacio ni el tiempo, por lo que se distorsiona la realidad."

Lye intentó comunicarse con el Lye humano pero éste no le hacía caso. Al segundo de llegar al árbol, apareció aquel tipo que se alegraba del accidente y le dijo: -Ha llegado tu hora Lye, eres el último que queda y no permitiré que escapes, un sicario de tanto calibre como yo no puede desaprovechar esta oportunidad. - Adelante, mátame, disparaste a mi madre, incendiaste la oficina de mi padre e incluso hiciste que atropellaran a mi mejor amigo, Smash, pero esta vez no te librarás de la cárcel, con tanta gente en la calle será imposible que no te detengan. El sicario, llamado Lacheln, disparó a Lye, quien se desplomó en el suelo sin soltar la hoja, que justo en ese momento, también perdió el conocimiento. Lacheln provocó el pánico entre los que habían allí, pero fue detenido rápidamente por dos guardias que andaban por aquella zona. Después de todo este revuelvo, cuando ya se habían llevado el cuerpo de Lye, una golondrina cogió la hoja y la incrustó entre su nido y una rama.

Segundos después, un alma despertó en la hoja y dijo:

"¿Hola? ¿Dónde estoy? Vaya... esto está muy alto, y muy borroso...
Parece que no puedo moverme... espero no estar muerto".


2008

5 feb 2019

Muerte impaciente

Un día cualquiera, un afilador caminaba por un pueblo casi inhabitado que jamás había pisado antes cuando una vecina del último bloque de la calle más larga y vacía del pueblo lo llamó gritando para que se enterase. Aquella señora se llamaba María, la cual le dio tres cuchillos de mango negro con las iniciales “J.A.” grabadas en ellos para que los afilara. Cuando finalizó, ésta le dijo que se dirigía a su casa para buscar el dinero, diez euros para ser exactos.

La mujer volvió y le dijo que no tenía su dinero porque se lo había llevado todo su esposo Juan Antonio. El afilador se negó a volver en otro momento y decidió esperar a que su esposo volviese. Ella aceptó tal decisión y asintió tristemente con su cabeza. Mientras lo esperaban, el afilador le contó a María que ya le había ocurrido algo parecido antes con otras vecinas.

Ya eran las dos de la madrugada y Juan Antonio no volvía, y como no podía esperar más le pidió que lo llevara hasta él. Acto seguido, María lo acuchilló con los tres cuchillos que anteriormente había afilado y le dijo que en la muerte a su esposo encontraría. María salió corriendo y llorando hacia su casa.

2005

26 ene 2019

101 monedas

Lluviosa y oscura noche que ni reflejada por La Luna era, un misterioso hombre encapuchado estaba en la orilla de la playa mirando hacia el horizonte. El misterioso encapuchado sacó una oscura y extraña caja que hacía ruido al agitarla y, acto seguido, la arrojó al mar cuidadosamente.

Aproximadamente un año después de estos sucesos, la caja llegó a la orilla del otro lado del mar. Una anciana que paseaba por allí se percató y fue a recogerla, llevándola a su humilde casa a pie de playa. Tras unas horas intentando romper o abrir la caja, se dio cuenta de que era técnicamente imposible, por lo que fue a pedir ayuda a alguien. Cuando iba por la calle, la pobre anciana vio a un niño que estaba a punto de ser atropellado por un coche y lo apartó de la carretera. Al instante de ayudar al niño, la caja expulsó una moneda de gran valor; esto hizo a la anciana recordar una leyenda que le contaron de pequeña sobre la caja de la buena fe que regalaba monedas a aquellos que cometían actos de buena bondad.

La anciana decidió continuar haciendo buenos actos para reunir suficiente dinero para salir de la pobreza. Justo tres meses después, cuando la anciana estaba dispuesta a comprar una vivienda digna con las 101 monedas que había reunido, alguien llamó a la puerta; era el hombre encapuchado que arrojó la caja. Éste, atizó fuertemente a la pobre anciana y la dejó inconsciente en el suelo, luego, agarró la caja y las monedas y se fue dando un fuerte portazo.

El hombre era muy rico, pero estaba completamente solo y tenía tanta maldad interior y poca bondad que le impedía realizar buenas actos de corazón, por lo que él no podía hacer salir nada de la caja. Asimismo, esa misma noche volvió a llover y el hombre arrojó de nuevo la caja de la buena fe con la esperanza de volver a aprovecharse de otra pobre alma

2004