Refrescante, lúcido, sorprendente, apañado, caracolizante, reflexivo, apasionado, contemplativo, pausado, frenético, colifloresco... mi mundo y yo.

Zúhmántico: Se dice de aquella persona, ser o cosa enamorada de la vida, capaz de transformar momentos y situaciones vividas en simples y exiguas palabras y con la habilidad de ver el doble sentido de toda frase, comúnmente conocidos como romanticones.

Actualmente trabajando en esto: Zúh Malheur Bonheur.

Un ser bípedo, gracioso, crítico, osado, amoroso cuando se deja, con un montón de cosas por decir y con un contenido sentido de la austeridad verbal.


20 sept 2014

Madrid

Era la primera vez que salía de Andalucía, la primera vez que hacía un viaje tan largo, la primera vez que viajaba con él y la primera vez que permanecíamos tantas horas metidas en el coche... bueno, esto último ya lo habíamos hecho alguna que otra vez, para qué mentiros.

Madrugón, trescientas mil ojeadas a todas partes por si se me olvidaba algo (sí, tuve todo el viaje la sensación de que había olvidado meter algo en el equipaje pero nunca supe qué era), muchos abrigos y ropa que sólo me pondría en caso de era glaciar, desayuno en el cuerpo y un coche negro con chófer blanco.

Rumbo al norte, con la mejor música, compañía, charlas y comida para gordos posible, el cóctel perfecto para que el camino fuese también una parte importante del viaje. Además, cabe mencionar las paradas en las estaciones de servicio y los coloridos y extensos paisajes manchegos, todo un goce. Teníamos tiempo y espacio suficiente para poder ver algún que otro pueblucho, pueblo o ciudad antes de llegar a los mandriles, y como me tocaba a mí elegir, pues Toledo, ya que por esos tiempos solía tener la coña en la boca de decir "vamos a Toledo" y claro, quería cumplir mis sueños. No estuvimos mucho tiempo pero sí lo suficiente para admirar la belleza del lugar y algún que otro punto clave del centro. Eso sí, Quijotes, espadas y bombones por todos los rincones, un poco explotada la marca toledana la verdad. Mi momento preferido fue sin duda alguna cuando le dimos de comer a los gorriones y se peleaban entre ellos por agarrar el trozo de miga de pan más grande.

Una hora desde Toledo a Madrid, sin perder las fuerzas en ningún momento y con sobredosis de glucosa. Llegamos a Madrid, aparcando el coche en un barrio muy parecido al de la serie Aída, típico de Madrid. Hacía algo de sol pero se notaba que la lluvia iba a darnos la bienvenida pronto. ¿Y el frío? ¿Hablo del frío o me callo? No, voy a dar el coñazo un par de veces de aquí a que termine; en Madrid no hace frío, no debí haber hecho caso a todos los que me dijeron que me abrigase y llevase mucha ropa. Ropa que lo único que hizo fue ocupar sitio en mi maleta, ya que con apenas dos o tres capas y un gorro, el frío desaparecía totalmente, aunque bueno, aún era de día. Primera vez que me montaba en el Metro (que yo recuerde), yo sólo tenía que seguir a mi acompañante que el sabe más y punto, no era momento de perderse, y menos en el subterráneo. Paseo hasta el hostal Buelta, al lado del Museo Reina Sofía al cual no fuimos y siendo sinceros, no me quedé con muchas ganas de ello. La recepcionista era todo un encanto, cosa de agradecer. En la habitación sobraba una cama, no sé qué estaríamos pensando cuando la reservamos. Descansamos un poco, nos arreglamos y fuimos a dar un paseo nocturno antes de planear con el señorito todo lo que haríamos los próximos días, qué poco le gusta ser un pájaro libre y feliz... ¡Fuera mocos! ¡Adiós humedad costera penetrante de huesos! Definitivamente era mi clima, no sentía calor en ningún sitio interior ni frío en la calle, la gloria. Vimos numerosos puestos y pequeñas tiendas minimalistas, algún que otro regalito a mí mismo sí que me hice. Callejuelas, fuentes, puestos, tiovivos... además del templo Debod y muchos locales de comida rápida, paraíso para gente vaga y gorda, entre otros sitios típicos que se pueden ver entrada ya la noche. A las horas volvimos al hotel para ver Star Wars y dormir, tocaba madrugar al próximo día.

Bonito despertar, bonita ducha y bonito desayuno, en compañía todo sabe mejor. Fuimos al Retiro, precioso y simétrico parque, lleno de ardillas y lugares con cristales para hacerse fotos que en un futuro pegaría en la pared de mi habitación. Allí una gitana rubia de ojos azules me leyó la mano, me dijo que iba a ser una persona poderosa pero que tuviese cuidado, y no, no le compré romero para protegerme. Tiendas y más tiendas, muchas fotos (con dos cámaras y dos móviles, imaginaos) y muchos kilómetros a pie y metro. Fuimos al Fnac, que es como el cielo pero con escaleras mecánicas, a la plaza mayor a tomarnos un relaxing cup... bueno, eso ya no hace gracia, la Puerta del Sol y de Alcalá, el edificio Schweppes, diez segundos de Chueca bajo la lluvia y un porrón de calles más. Volvimos al hotel a arreglarnos para el concierto, sí, el concierto, esa cosa que no he mencionado pero que era para lo que veníamos a Madrid; Depeche Mode, ese grupo de viejos que nos encanta a los dos y que no paramos de escuchar incluso en el coche, pues eso. Nos pusimos guapos y allá que fuimos. Estadio lleno, mucho ambiente, no hubo que esperar mucho. Era el segundo más joven allí, el primero era un bebé que ya se estaba iniciando en la buena música. Era la primera vez que iba a un concierto de gran calibre, y creo que iba con la persona más idónea de todas. Dejando las finuras fuera, creo que ha sido la persona con la que más veces he perdido la virginidad en muchos aspectos de mi vida, y estoy orgulloso a más no poder de que sea él y no nadie más quien me enseñe todas estas cosas y las que aún me quedan por descubrir. Sí, me emocionó un poco (sólo un poco, eh) estar sentado en las gradas junto a él y verlo bailar y disfrutar, fui muy feliz en ese momento. Y rompiendo un poco el clímax sentimental, luego nos fuimos al 100montaditos a ponernos púos a comida basura y tinto de verano en pleno invierno, ¿pa qué más? El resto lo censuro, lo siento, la vida a veces es muy dura.

Último amanecer madrileño, hacía un poco más de calor, y eso que estábamos en pleno enero. Dejamos con tristeza el hotel, despedimos a la amable recepcionista y bajo un solo paraguas anduvimos por las mojadas calles durante nuestras últimas horas de viaje. Íbamos a ir al rastro, pero la lluvia no nos lo permitía. Pasamos por el hotel Ritz, vimos museos, pero por fuera, que es como nos gusta a nosotros, volvimos al Fnac para hacer un par de compras, entre las cuales compré un disco de un grupo que no conocía y que le di la oportunidad por el módico precio al que estaba el álbum, se llama Loon Attic y os lo recomiendo. Pasamos por un pequeño mercado de libros situado en la calle, lo más parecido que he visto a Raimundo en variedad y precios. Compramos la comida en un supermercado y la llevamos al coche, era hora de irnos, y justamente en el momento de montarnos en el coche, salió el sol y brilló como nunca, muchas gracias, Karma.

Muchas horas de vuelta, paisajes más nocturnos, conversaciones más suaves en el coche, paradas para repostar y comer y Gotye como banda sonora. A la vuelta paramos en Córdoba, totalmente vacía y oscura, todo un lujo para poder pasear y disfrutar de sus calles. Estuvimos horas durante la noche allí y cenamos kebab, muy moruno todo. Unas horas más para volver a casa y ya empezaba a notar como me resfriaba de nuevo y mi ojo empeoraba, cosas de la humedad del sur... Me dejó en la puerta de mi casa, sí, todo muy emocionante y muchas cosas que contar, pero yo tenía sueño y quería abrazar mi cama como nunca.

Un viaje ferpecto, ik.

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